domingo, 27 de marzo de 2011

Gerardo Diego


 VIDA Y OBRA
Poeta español nacido en Santander en 1896.  Estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Deusto y posteriormente en las de Salamanca y Madrid, donde se doctoró.
Fue catedrático de Lengua y Literatura en el Instituto de Soria, y
 sucesivamente enseñó la misma asignatura en los Institutos de Gijón, Santander y Madrid. Participó con Juan Larrea y Vicente Huidobro en el movimiento creacionista.
Obtuvo el Premio Cervantes de Literatura y fue miembro de la Real Academia de la Lengua hasta su muerte en 1987.

Su obra se inició en 1920 con «El romancero de la Novia», y continuó con
 numerosas publicaciones entre las que se destacan,  «Manual de Espumas» 1924, «Poemas Adrede» 1932, «Ángeles de Compostela» 1940,
 «Amor solo» 1958, «Nocturnos de Chopin» 1962, «La Fundación del Querer» 1970 y «Carmen Jubilar» 1973.
Sus dos notas sobresalientes son la versatilidad y el virtuosismo, arquitectónico y musical a la vez. Nadie ofrece tan vario registro de temas, metros, estilos, ten­dencias. En sus libros iniciales -El romancero de la novia, Soria- hay aún ecos románticos (de Bécquer, sobre todo) y modernistas, con influjos de Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado Imagen y Manual de espumas son audaces muestras de creacionismo, de poesía deshumanizada. Un nuevo sesgo origina los Versos humanos. El entusiasmo gongorino de 1927, la barroca Fábula de Equis y Zeda y la Antología poética en honor de Góngora. Esta antología, la de Poesía española (1932) y la dirección de la revista «Carmen» hacen de Gerardo Diego uno de los teóricos y promotores, junto a Dámaso Alonso, de la nueva poesía. Ya cultive la más libre, ya la más tradicional, aunque siempre con acento moderno, y cualquiera que sea el tipo de verso elegido, la perfección formal es constante. Gerardo Diego no tiene rival en el dominio del soneto, con el que alcanza altitud cimera en Alondra de verdad, quizá su obra maestra. La técnica y la facilidad de este poeta son tales, que le permiten tocar con igual acierto los temas mas graves -por ejemplo, el religioso, poco cultivado en su época: Viacrucis, Versos divinos- y los más ligeros, como el tema de los toros: La suerte o la muerte. El propio Gerardo Diego nos ha explicado su polifacética disposición: «Yo no soy responsable de que me atraigan simultáneamente el campo y la ciudad, la tradición y el futuro; de que me encante el arte nuevo y me extasíe el antiguo; de que me vuelva loco la retórica hecha y me torne más loco el capricho de volver a hacérmela -nueva- para mi uso personal e intransferible.» Que una producción de tan sostenido nivel de belleza sea compatible con una rica fecundidad es testimonio seguro de que su autor no es sólo un artífice, sino un auténtico poeta.
Tiene una obra ingente que unas veces publicó, en su momento, y otras en Antologías sobre su obra que él mismo realiza a partir de 1941.
Es difícil clasificar su extensa obra por etapas, ya que coexisten en un mismo período lo vanguardis­ta con lo tradicional; lo viejo y lo nuevo; el humor y los tonos graves y severos.
Fue amigo y seguidor de Huidobro y de Larrea, pero también de los clásicos de la literatura española. De todas maneras, los libros experimentales abundan más en la primera época, mientras que al final, escribe más con moldes tradicionales.
Dado el gran número de libros que realiza, es lógico que existan unos de más altura que otros, si bien, la obra, en general, es importante.
La variedad temática obedece a que en Gerardo Diego, más que existir un mundo poético propio, su poesía responde a una infinidad de emociones dispersas. No obstante, podemos establecer algunas notas comunes a su producción:
1. Desvinculación de toda actitud y preocupación trascendentalista, lo cual le lleva a buscar el motivo de sus poemas en la realidad local, en episodios vividos o en personas conocidas.
2. Destreza en el manejo del lenguaje y preocupación por los problemas formales.
3. Tendencia a la clasicidad.
4. Ausencia del tema social, salvo en Odas morales, de 1966, en donde condena la violencia y canta a la libertad; tampoco aparece el tema político, excepto en unos poemas de guerra dedicados a José Antonio Primo de Rivera.  


Giralda
Giralda en prisma puro de Sevilla,
nivelada del plomo y de la estrella,
molde en engaste azul, torre sin mella,
palma de arquitectura sin semilla.
Si su espejo la brisa enfrente brilla,
no te contemples —ay, Narcisa—, en ella,
que no se mude esa tu piel doncella,
toda naranja al sol que se te humilla.
Al contraluz de luna limonera,
tu arista es el bisel, hoja barbera
que su más bella vertical depura.
Resbala el tacto su caricia vana.
Yo mudéjar te quiero y no cristiana.
Volumen nada más: base y altura.

Torerillo de Triana
Torerillo en Triana,
frente a Sevilla.
Cántale a la sultana
tu seguidilla.
Sultana de mis penas
y mi esperanza.
Plaza de las Arenas
de la Maestranza.
Arenas amarillas,
palcos de oro.
Quién viera a las mulillas
llevarme el toro.
Relumbrar de faroles
por mí encendidos.
Y un estallido de oles
en los tendidos.
Arenal de Sevilla,
Torre del Oro.
Azulejo a la orilla
del río moro.
Azulejo bermejo,
sol de la tarde.
No mientas, azulejo,
que soy cobarde.
Guadalquivir tan verde
de aceite antiguo.
Si el barquero me pierde
yo me santiguo.
La puente no la paso,
no la atravieso.
Envuelto en oro y raso
no se hace eso.
Ay, río de Triana,
muerto entre luces.
No embarca la chalana
los andaluces.
Ay, río de Sevilla,
quién te cruzase
sin que mi zapatilla
se me mojase.
Zapatilla escotada
para el estribo.
Media rosa estirada
y alamar vivo.
Tabaco y oro. Faja
salmón. Montera.
Tirilla verde baja
por la chorrera.
Capote de paseo.
Seda amarilla.
Prieta para el toreo
la taleguilla.
La verónica cruje.
Suenan caireles.
Que nadie la dibuje.
Fuera pinceles.
Banderillas al quiebro.
Cose el miura
el arco que le enhebro
con la cintura.
Torneados en rueda,
tres naturales.
Y una hélice de seda
con arrabales.
Me perfilo. La espada.
Los dedos mojo.
Abanico y mirada.
Clavel y antojo.
Enhombros por tu orilla.
Torre del Oro.
En tu azulejo brilla
sangre de toro.
Adiós, torero nuevo,
Triana y Sevilla,
que a Sanlúcar me llevo
tu seguidilla.
Gerardo Diego.
La Suerte o la Muerte.
( Poema del Toreo).

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