lunes, 28 de marzo de 2011

Vicente Aleixandre

LA VIDA Y LA OBRA

Vicente Pío Marcelino Cirilo Aleixandre y Merlo (Sevilla, 26 de abril de 1898Madrid, 13 de diciembre de 1984; aunque oficialmente figurase el día 14 como el de su muerte, en realidad falleció el día 13 a las 23:23 hora española). Poeta español de la llamada generación del 27. Elegido académico en sesión del día 30 de junio de 1949, ingresó en la Real Academia Española el 22 de enero de 1950. Ocupó el sillón de la letra O.
Premio Nacional de Literatura en 1933 por La destrucción o el amor, de 1932-33, Premio Francisco Franco en 1949 y Premio de la Crítica en 1963 por En un vasto dominio, y en 1969, por Poemas de la consumación, y Premio Nobel de Literatura en 1977.
Vicente Aleixandre fue un poeta total, entregado de lleno al cultivo de la poesía. No escribió obras en otros géneros. Sus escasos textos en prosa (en los que describe a otros poetas y escritores que conoció) son tan poéticos como sus versos; y sus ensayos literarios son, en su mayoría, escritos de encargo.
Sus primeras obras presentan las mismas huellas que casi todos sus compañeros de generación: el pasado reciente (Bécquer y Darío), los grandes maestros vivos que les sirven como guías (Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado) y la poderosa atracción de la Vanguardia (y, en particular, del Surrealismo). En concreto, su primer libro, Ámbito (1928), tiene clara influencia de Juan Ramón Jiménez y se abre hacia la contemplación desde el interior.
En obras posteriores como Espadas como labios (1932) y Pasión de la tierra (1928-29), se separó de la llamada poesía pura y adoptó la experiencia renovadora del surrealismo, con una visión panteísta de la naturaleza y un erotismo romántico. Aleixandre asimiló tan bien las técnicas y el estilo propios del surrealismo que, según muchos críticos, fue el principal poeta surrealista español. Esta misma línea sigue La destrucción o el amor (1935), que mereció el Premio Nacional de Literatura.
La cosmovisión de Aleixandre (que ha sido estudiada magistralmente por el poeta y crítico Carlos Bousoño) cuaja de modo definitivo en Sombra del paraíso (1944), obra que une sus dos épocas de creación. Otras obras son Mundo a solas (1950), que incluye poesías de 1934 y 1935, y Nacimiento último (1953), con textos de 1927 hasta 1952.

Unidad en ella
Cuerpo feliz que fluye entre mis manos,
rostro amado donde contemplo el mundo,
donde graciosos pájaros se copian fugitivos,
volando a la región donde nada se olvida.
Tu forma externa, diamante o rubí duro,
brillo de un sol que entre mis manos deslumbra,
cráter que me convoca con su música íntima,
con esa indescifrable llamada de tus dientes.
Muero porque me arrojo, porque quiero morir,
porque quiero vivir en el fuego, porque este aire de fuera
no es mío, sino el caliente aliento
que si me acerco quema y dora mis labios desde un fondo.
Deja, deja que mire, teñido del amor,
enrojecido el rostro por tu purpúrea vida,
deja que mire el hondo clamor de tus entrañas
donde muero y renuncio a vivir para siempre.
Quiero amor o la muerte, quiero morir del todo,
quiero ser tú, tu sangre, esa lava rugiente
que regando encerrada bellos miembros extremos
siente así los hermosos límites de la vida.
Este beso en tus labios como una lenta espina,
como un mar que voló hecho un espejo,
como el brillo de un ala,
es todavía unas manos, un repasar de tu crujiente pelo,
un crepitar de la luz vengadora,
luz o espada mortal que sobre mi cuello amenaza,
pero que nunca podrá destruir la unidad de este mundo.
Vicente Aleixandre
De La des trucción o el amor.

El olvido
No es tu final como una copa vana
que hay que apurar. Arroja el casco, y muere.
Por eso lentamente levantas en tu mano
un brillo o una mención, y arden tus dedos,
como una nieve súbita.
Está y no estuvo, pero estuvo y calla.
El frío quema y en tus ojos nace
su memoria. Recordar es osceno,
peor: es triste. Olvidar es morir.
Con dignidad murió. Su sombra cruza.
Vicente Aleixandre.
De Poemas de la consumación.


domingo, 27 de marzo de 2011

Dámaso Alonso

LA VIDA Y LA OBRA
(Madrid, 1898-1990) Poeta y crítico español. Miembro como poeta de la llamada Generación del 27, destacó además como eminente crítco, de fama mundial, por sus estudios estilísticos.
Fue alumno de Ramón Menéndez Pidal en el Centro de Estudios Históricos, lugar que desempeñó una función básica en su vasta y profunda formación intelectual. En la Residencia de Estudiantes, en Madrid, conectó con los que serían sus compañeros de generación: Federico García Lorca, Rafael Alberti, Luis Cernuda o Manuel Altolaguirre. Enseñó lengua y literatura españolas, tanto en universidades extranjeras como nacionales: Berlín, Cambridge, Valencia (1933-1939) y Madrid (1939-1968). Asimismo, fue director de la Revista de Filología Española y de la Real Academia Española.
Sus profundos análisis sobre Luis de Góngora son una de las cumbres de su producción. Así, Temas gongorinos y la correspondiente edición de Soledades (1927), La lengua poética de Góngora (1950) o Estudios y ensayos gongorinos (1955) se han convertido en textos clásicos e indispensables para el estudio de la obra de este clásico.
También investigó las fuentes de la Poesía de tipo tradicional (1949), particularmente las relativas a las jarchas; la obra de Gil Vicente, en Poesías (1940) y Tragicomedia de don Duardos (1942) y la del mayor místico español en La poesía de san Juan de la Cruz (1942).
De su extenso trabajo crítico cabe señalar, por último, aquellos libros que, como Ensayo de poesía española (1945), Poesía española (1950) o Seis calas en la expresión literaria española (1951, en colaboración con Carlos Bousoño) se aplican al análisis y difusión de las disciplinas estilísticas, y el formalismo destinado a ejercer la crítica literaria; otros dos títulos importantes en esta línea son Poetas españoles contemporáneos (1952) y Poesía española: ensayo de método y límites estilísticos, del mismo año.
Su labor como poeta dio comienzo con Poemas puros, y poemillas de la ciudad (1921), delicadas composiciones de juventud en las que se detecta la huella del modernismo así como la influencia de Juan Ramón Jiménez, para continuar con la que se considera su obra mayor, Hijos de la ira (1944), en la que el poeta lanza un grito de angustia y cólera ante el espectáculo de dolor y miseria que ofrece el mundo circundante. Dominado por esos sentimientos, el libro ofrece una visión cruel y amarga de la vida, metaforizada como un "horrible viaje" o una "pesadilla sin retorno".
Sin embargo, y muy por encima de esta primera lectura, brota otro sentimiento opuesto y complementario en toda su poesía, en el que irrumpe la piedad por uno mismo y por la descarnada existencia del mundo, transfiriendo a la imagen trascendente del universo, Dios, la única posibilidad de redención en el centro mismo del dolor y el escándalo. En cierta ocasión, el propio autor lo dijo con estas palabras: "Hoy es sólo el corazón del hombre lo que me interesa: expresar con mi dolor o con mi esperanza el anhelo o la angustia del eterno corazón del hombre". Otros libros suyos son Oscura noticia (1944; selección de poemas publicados desde 1925 en varias revistas), Hombre y Dios (1955) y Gozos de la vista (1981). En 1978 obtuvo el Premio Cervantes.

¿Cómo era?
La puerta, franca.
                 Vino queda y suave.
Ni materia ni espíritu. Traía
una ligera inclinación de nave
y una luz matinal de claro día.
No era de ritmo, no era de armonía
ni de color. El corazón la sabe,
pero decir cómo era no podría
porque no es forma ni en la forma cabe.
¡Lengua, barro mortal, cincel inepto,
deja la flor intacta del concepto
en esta clara noche de mi boda,
Y canta mansamente, humildemente,
la sensación, la sombra, el accidente,
mientras ella me llena el alma toda!
Dámaso Alonso. Poemas puros.

De profundis
Si vais por la carrera del arrabal, apartaos, no os
   /inficione mi pestilencia.
El dedo de mi Dios me ha señalado: odre de putrefacción
    /quiso que fuera este mi cuerpo,
y una ramera de solicitaciones mi alma,
no una ramera fastuosa de las que hacen languidecer
    /de amor al príncipe,
sobre el cabezo del valle, en el palacete de verano,
sino una loba del arrabal, acoceada por los trajinantes,
que ya ha olvidado las palabras de amor,
y sólo puede pedir unas monedas de cobre en la cantonada.
Yo soy la piltrafa que el tablajero arroja al perro
    /del mendigo,
y el perro del mendigo arroja al muladar.
Pero desde la mina de las maldades, desde el pozo
    /de la miseria,
mi corazón se ha levantado hasta mi Dios,
y le ha dicho: Oh Señor, tú que has hecho también
   /la podredumbre,
mírame,
yo soy el orujo exprimido en el año de la mala
    /cosecha,
yo soy el excremento del can sarnoso,
el zapato sin suela en el carnero del camposanto,
yo soy el montoncito de estiércol a medio hacer, que
   /nadie compra,
y donde casi ni escarban las gallinas.
Pero te amo,
pero te amo frenéticamente.
¡Déjame, déjame fermentar en tu amor,
deja que me pudra hasta la entraña,
que se me aniquilen hasta las últimas briznas
    /de mi ser,
para que un día sea mantillo de tus huertos!
Dámaso Alonso. Hijos de la ira

Gerardo Diego


 VIDA Y OBRA
Poeta español nacido en Santander en 1896.  Estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Deusto y posteriormente en las de Salamanca y Madrid, donde se doctoró.
Fue catedrático de Lengua y Literatura en el Instituto de Soria, y
 sucesivamente enseñó la misma asignatura en los Institutos de Gijón, Santander y Madrid. Participó con Juan Larrea y Vicente Huidobro en el movimiento creacionista.
Obtuvo el Premio Cervantes de Literatura y fue miembro de la Real Academia de la Lengua hasta su muerte en 1987.

Su obra se inició en 1920 con «El romancero de la Novia», y continuó con
 numerosas publicaciones entre las que se destacan,  «Manual de Espumas» 1924, «Poemas Adrede» 1932, «Ángeles de Compostela» 1940,
 «Amor solo» 1958, «Nocturnos de Chopin» 1962, «La Fundación del Querer» 1970 y «Carmen Jubilar» 1973.
Sus dos notas sobresalientes son la versatilidad y el virtuosismo, arquitectónico y musical a la vez. Nadie ofrece tan vario registro de temas, metros, estilos, ten­dencias. En sus libros iniciales -El romancero de la novia, Soria- hay aún ecos románticos (de Bécquer, sobre todo) y modernistas, con influjos de Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado Imagen y Manual de espumas son audaces muestras de creacionismo, de poesía deshumanizada. Un nuevo sesgo origina los Versos humanos. El entusiasmo gongorino de 1927, la barroca Fábula de Equis y Zeda y la Antología poética en honor de Góngora. Esta antología, la de Poesía española (1932) y la dirección de la revista «Carmen» hacen de Gerardo Diego uno de los teóricos y promotores, junto a Dámaso Alonso, de la nueva poesía. Ya cultive la más libre, ya la más tradicional, aunque siempre con acento moderno, y cualquiera que sea el tipo de verso elegido, la perfección formal es constante. Gerardo Diego no tiene rival en el dominio del soneto, con el que alcanza altitud cimera en Alondra de verdad, quizá su obra maestra. La técnica y la facilidad de este poeta son tales, que le permiten tocar con igual acierto los temas mas graves -por ejemplo, el religioso, poco cultivado en su época: Viacrucis, Versos divinos- y los más ligeros, como el tema de los toros: La suerte o la muerte. El propio Gerardo Diego nos ha explicado su polifacética disposición: «Yo no soy responsable de que me atraigan simultáneamente el campo y la ciudad, la tradición y el futuro; de que me encante el arte nuevo y me extasíe el antiguo; de que me vuelva loco la retórica hecha y me torne más loco el capricho de volver a hacérmela -nueva- para mi uso personal e intransferible.» Que una producción de tan sostenido nivel de belleza sea compatible con una rica fecundidad es testimonio seguro de que su autor no es sólo un artífice, sino un auténtico poeta.
Tiene una obra ingente que unas veces publicó, en su momento, y otras en Antologías sobre su obra que él mismo realiza a partir de 1941.
Es difícil clasificar su extensa obra por etapas, ya que coexisten en un mismo período lo vanguardis­ta con lo tradicional; lo viejo y lo nuevo; el humor y los tonos graves y severos.
Fue amigo y seguidor de Huidobro y de Larrea, pero también de los clásicos de la literatura española. De todas maneras, los libros experimentales abundan más en la primera época, mientras que al final, escribe más con moldes tradicionales.
Dado el gran número de libros que realiza, es lógico que existan unos de más altura que otros, si bien, la obra, en general, es importante.
La variedad temática obedece a que en Gerardo Diego, más que existir un mundo poético propio, su poesía responde a una infinidad de emociones dispersas. No obstante, podemos establecer algunas notas comunes a su producción:
1. Desvinculación de toda actitud y preocupación trascendentalista, lo cual le lleva a buscar el motivo de sus poemas en la realidad local, en episodios vividos o en personas conocidas.
2. Destreza en el manejo del lenguaje y preocupación por los problemas formales.
3. Tendencia a la clasicidad.
4. Ausencia del tema social, salvo en Odas morales, de 1966, en donde condena la violencia y canta a la libertad; tampoco aparece el tema político, excepto en unos poemas de guerra dedicados a José Antonio Primo de Rivera.  


Giralda
Giralda en prisma puro de Sevilla,
nivelada del plomo y de la estrella,
molde en engaste azul, torre sin mella,
palma de arquitectura sin semilla.
Si su espejo la brisa enfrente brilla,
no te contemples —ay, Narcisa—, en ella,
que no se mude esa tu piel doncella,
toda naranja al sol que se te humilla.
Al contraluz de luna limonera,
tu arista es el bisel, hoja barbera
que su más bella vertical depura.
Resbala el tacto su caricia vana.
Yo mudéjar te quiero y no cristiana.
Volumen nada más: base y altura.

Torerillo de Triana
Torerillo en Triana,
frente a Sevilla.
Cántale a la sultana
tu seguidilla.
Sultana de mis penas
y mi esperanza.
Plaza de las Arenas
de la Maestranza.
Arenas amarillas,
palcos de oro.
Quién viera a las mulillas
llevarme el toro.
Relumbrar de faroles
por mí encendidos.
Y un estallido de oles
en los tendidos.
Arenal de Sevilla,
Torre del Oro.
Azulejo a la orilla
del río moro.
Azulejo bermejo,
sol de la tarde.
No mientas, azulejo,
que soy cobarde.
Guadalquivir tan verde
de aceite antiguo.
Si el barquero me pierde
yo me santiguo.
La puente no la paso,
no la atravieso.
Envuelto en oro y raso
no se hace eso.
Ay, río de Triana,
muerto entre luces.
No embarca la chalana
los andaluces.
Ay, río de Sevilla,
quién te cruzase
sin que mi zapatilla
se me mojase.
Zapatilla escotada
para el estribo.
Media rosa estirada
y alamar vivo.
Tabaco y oro. Faja
salmón. Montera.
Tirilla verde baja
por la chorrera.
Capote de paseo.
Seda amarilla.
Prieta para el toreo
la taleguilla.
La verónica cruje.
Suenan caireles.
Que nadie la dibuje.
Fuera pinceles.
Banderillas al quiebro.
Cose el miura
el arco que le enhebro
con la cintura.
Torneados en rueda,
tres naturales.
Y una hélice de seda
con arrabales.
Me perfilo. La espada.
Los dedos mojo.
Abanico y mirada.
Clavel y antojo.
Enhombros por tu orilla.
Torre del Oro.
En tu azulejo brilla
sangre de toro.
Adiós, torero nuevo,
Triana y Sevilla,
que a Sanlúcar me llevo
tu seguidilla.
Gerardo Diego.
La Suerte o la Muerte.
( Poema del Toreo).